Entre mitos, rituales y valentías cotidianas
Tres preguntas para comenzar:
- ¿Qué tanto creemos —de verdad— que la creatividad es para “gente especial”?
- ¿Cuántas veces hemos esperado la motivación perfecta para empezar a crear… y nunca llegó?
- ¿Qué sabemos del miedo que sentimos cuando una idea quiere nacer?
Voy a empezar por un costado un poco incómodo. Hace años, en una empresa en Atlanta, estaba facilitando un programa sobre innovación. Todo iba bien hasta que un participante, ya cansado, me dijo algo que me hizo frenar en seco:
—“Adrián, yo no soy creativo. Nunca se me ha dado eso.”
Lo dijo con la misma convicción de quien afirma su tipo de sangre.
Respiré. Y le dije una frase que desde entonces repito en mis formaciones:
“La creatividad no es un talento reservado: es un músculo que se entrena, igualito que el corazón cuando empezamos a caminar de nuevo después de una caída.”
Él se quedó callado. Yo también.
Ahí entendí que uno de nuestros grandes desafíos como educadores y facilitadores no es enseñar técnicas… sino desmontar mitos que nos encogen.
Porque, crear no es un acto místico. Es una combinación. Un juego serio de unir ingredientes que ya existen en nuestra “alacena mental”. Y vaya que esa frase me encanta: almacén mental.
Es tan doméstica, tan cercana. Y tan cierta.
Cuando creemos que la motivación es gasolina… y apenas es una chispa
Aquí viene la primera pregunta de verificación:
¿Cuántas veces hemos pospuesto la creación porque no nos “sentimos inspirados”?
Lo he hecho. Todos lo hemos hecho.
La trampa de la motivación es seductora: nos hace creer que necesitamos sentirnos de una manera particular para empezar.
Pero la motivación no es el motor; es el fósforo. Se apaga rápido.
Lo que sostiene la creatividad es otra cosa: hábitos, rituales, decisiones pequeñas que repetimos hasta que construyen un ritmo interno.
Es el sistema el que nos salva, no la epifanía.
Lo llamo —y esta es una frase que mis estudiantes conocen de memoria—:
“El aprendizaje no ocurre por intención… sino por repetición emocionalmente significativa.”
Ese café antes de escribir. El teléfono lejos. Los 50 minutos de enfoque.
Todo eso es parte de la coreografía creativa.
El perfeccionismo: ese enemigo que se disfraza de excelencia
A veces me preguntan: “Adrián, ¿cómo sé si soy perfeccionista?”
La respuesta es simple: si nunca publicas, nunca entregas, nunca compartes… eres perfeccionista.
El perfeccionismo no es un estándar alto; es un mecanismo de defensa.
Sirve para evitar sentirnos vulnerables.
Es como un guardaespaldas que, queriendo protegernos, nos encierra.
Segunda pregunta de verificación:
¿Cuántas ideas tuyas han muerto de soledad antes de nacer por miedo al juicio externo?
A todos nos pasa.
Pero aquí hay algo liberador: tus ideas no eres tú.
Son un intento, no tu identidad.
En uno de mis programas de facilitadores, suelo decir:
“No busques hacerlo bien antes de hacerlo. Hazlo, y deja que el hacer te enseñe.”
El almacén creativo: de la calle, de tu infancia, de lo que has vivido
Me gusta la diversidad. No solamente cultural, sino sensorial, biográfica, cotidiana.
Porque vivimos en la “era del promedio”. Los algoritmos nos empujan a ver lo mismo que todos. Y lo homogéneo es enemigo del asombro.
Aquí una confesión mía:
Muchas de mis mejores ideas no salieron de un libro… sino de una caminata por La Sagrera, de un recuerdo de mis años en Maracaibo, o de una conversación absurda con un conductor de taxi en Barcelona que me contó, muy serio, que él cree que las ideas se esconden en las esquinas esperando a que uno pase.
No sé si tenía razón.
Pero qué metáfora tan preciosa.
La creatividad necesita ingredientes que no tenga nadie más.
Y esos ingredientes, aunque a veces nos cueste reconocerlo, los tenemos todos:
Nuestros dolores, nuestros juegos infantiles, nuestras migraciones, nuestros padres, nuestros silencios, nuestras torpezas…
Todo eso entra en la alacena.
Fracaso, persistencia y ese ajuste fino entre soltar y seguir
El fracaso no es un accidente. Es parte del paisaje.
Doloroso, sí.
Pero natural.
Me gusta pensar —y aquí va otra frase mía— que:
“Cada intento fallido no es un error de la idea, sino un ajuste del creador.”
Analizar sin culpar, aprender sin flagelarse, cerrar el ciclo sin romperse uno por dentro.
Y, si hace falta, guardar la idea en un cajón.
No matarla.
Pausarla.
El tiempo tiene un talento raro para revelar cuándo algo estaba listo… y cuándo no.
Tres preguntas para cerrar y dejarte pensando
- ¿Qué ingrediente creativo tuyo has subestimado durante años… y ya es hora de recuperar?
- ¿Qué ritual pequeño podrías comenzar mañana que cambie tu relación con la creación?
- ¿Qué idea tienes guardada —tal vez desde hace años— que merece volver a ver la luz?
Mi llamado para tu acción
Si trabajas en educación, facilitación, liderazgo o cualquier profesión donde crear es parte del oficio, déjame acompañarte.
He pasado décadas enseñando a otros a encontrar su voz, su ritmo, su mirada.
Y siempre digo lo mismo:
“La creatividad no aparece cuando la llamas… aparece cuando te encuentra trabajando.”
Si quieres desarrollar esa disciplina, esa valentía y esa alacena única que te hace irrepetible, conversemos.
No para que pienses como yo, sino para que pienses como tú.
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