- ¿Qué has aprendido sobre el liderazgo?
- ¿Quién fue el primer «líder» que marcó tu vida?
- ¿Te acompaña hoy una imagen que inspira o que pesa?
Empecemos por desordenar lo aprendido. Porque muchas veces confundimos mandar con liderar, poder con autoridad, y obediencia con respeto. Y no es lo mismo. No lo es.
Un buen líder no es quien convence a todos, sino quien mejora las condiciones de vida de los que lo rodean. Y eso se nota, se siente, se agradece. «El liderazgo se mide por la felicidad que deja, no por la obediencia que impone» —esa frase la he dicho muchas veces, y cada vez cobra más fuerza. Porque la gente puede obedecerte por miedo, pero solo te seguirá por amor si los haces sentir valiosos.
Una vez, en Nueva York, fui invitado a facilitar un taller para un grupo diverso de trabajadores vinculados a servicios esenciales. Había una mezcla de culturas, acentos, resistencias y preguntas flotando en el aire. En medio de una dinámica, una mujer dominicana, con mirada directa, me preguntó: “Adrián, pero dime la verdad: ¿esto de liderar sirviendo… no te hace ver débil frente a los demás?”. La sala se quedó en silencio. No por tensión, sino por interés genuino. Le respondí: “No se trata de debilidad, sino de profundidad. El que sirve desde la recta intención no necesita imponerse. Porque liderar con el corazón no te debilita: te humaniza”.
Y aquí va la primera pregunta de verificación: ¿cuántas veces hemos confundido liderazgo con control? Porque quien lidera no controla: acompaña. Y el que acompaña, sabe callar cuando otros necesitan hablar.
En mi formación como facilitador, aprendí que hay algo más poderoso que una dinámica bien hecha: una intención bien clara. Un líder con recta intención no necesita perfección, necesita coherencia. Esa es la diferencia entre mandar y servir. Mandar pide que te sigan. Servir inspira a que te busquen.
Y aquí otra pregunta: ¿cuál es tu verdadera intención al liderar? Porque si no es beneficiar a otros, es probable que termines beneficiándote solo a ti mismo.
Con la Cámara Júnior Internacional (JCI) recorrí muchos países, muchos contextos, muchas historias. Vi jefes que gritaban para ser escuchados, y líderes que callaban para dejar espacio. Vi mandatarios que usaban el cargo como trono, y otros que se volvieran mandaderos de su gente, en el mejor sentido: en el de servir.
Y es que esa es la raíz: “auctoritas” significa aumentar. Aumentar al otro, darle más, ayudarlo a crecer. El poder te lo dan, pero la autoridad te la ganas. No se impone, se honra. Y cuando se honra, se recuerda.
En las aulas de Fe y Alegría, he visto maestros sin pizarras, pero con fe. Sin recursos, pero con respeto. Sin regaños, pero con resultados. Y no es magia. Es intención. Es amor. Es convicción. Porque donde hay amor por el otro, hay liderazgo que transforma.
Entonces, hoy no quiero que memorices definiciones. Quiero que te preguntes:
- ¿A quién sirves cuando lideras?
- ¿Qué diferencia dejas en quienes te siguen?
- ¿Estás liderando con intención o solo con ambición?
No necesitas un cargo para empezar. Necesitas una causa. Y como siempre digo: «Liderar no es mover a otros, es ayudarlos a encontrarse consigo mismos».
Te invito a revisar tu intención. A elegir servir antes que exigir. Porque el liderazgo, cuando nace del propósito, deja huellas que el tiempo no borra.
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