- ¿Desde cuándo una película dejó de ser solo “una película” para ti?
- ¿Recuerdas la primera vez que saliste del cine con más preguntas que respuestas?
- ¿Alguna vez te has preguntado qué te enseña una escena… aunque no te haya gustado la película?
Empiezo así, sin pedir permiso, porque el cine —al menos para mí— nunca entró por la puerta formal del entretenimiento. Entró por la rendija de la curiosidad y el aprendizaje.
Soy un apasionado del cine. Y no es pose. Viene de lejos. De Maracaibo. Del calor. Del Colegio “San Luis Gonzaga”. Allí, en un Cine Club que parecía más un refugio que una sala, me enseñaron algo que me acompaña hasta hoy: no ir al cine a ver películas, sino a sentirlas.
Sí, sentirlas.
Recuerdo una tarde cualquiera —yo debía tener quince o dieciséis años— viendo una película italiana de cine de autor en blanco y negro. Nada épico. Nada taquillera. Al terminar, alguien preguntó:
—¿Y… qué les dijo la película?
Me quedé frío. Nadie me había hecho nunca esa pregunta. Ese día entendí que el cine también educa, pero no como la escuela. Educa como la vida: a veces sin avisar.
“El aprendizaje profundo no siempre entra por la razón; muchas veces entra por una imagen que no te suelta”, suelo decirlo, y lo sostengo.
Luego vino el Cine Club de la Facultad de Ingeniería de la Universidad del Zulia. Y después otros. Y otros más. Una seguidilla hermosa. Cada uno me regaló una mirada distinta. Aprendí a no quedarme con la superficie, a sospechar de los presupuestos ilimitados y a buscar el alma detrás de la cámara.
Porque no toda película costosa es buena. Y no toda película incómoda es mala.
¿Esto lo tenemos claro o todavía confundimos espectacularidad con profundidad?
Ahí aparece algo clave: la mirada crítica. Esa que hoy tanto echo de menos en la educación formal. Mirar cine críticamente no es destruir. Es respetar. Es entender por qué un plano dura lo que dura. Por qué la cámara se mueve… o se queda quieta. Por qué la música entra tarde. O no entra.
¿Te has fijado en eso cuando ves una película?
¿O te dejas llevar y ya?
Disfruto incluso las películas que no me gustan. Las miro como quien disecciona un error bien cometido. Porque también ahí hay aprendizaje. Mucho.
“Aprender no es coincidir; es dialogar incluso con lo que te incomoda”.
Con los años, el cine se volvió una herramienta poderosa en mi trabajo como formador, facilitador y coach. He usado fragmentos de películas para abrir conversaciones que, de otro modo, no se abrían ni con palanca. En mesas de trabajo, en procesos de liderazgo, en sesiones de aprendizaje acelerado.
Una vez, en Montreal, trabajando con un equipo directivo bastante duro —de esos que creen que la emoción es una pérdida de tiempo— proyecté una escena breve. Silencio absoluto. Al terminar, nadie habló durante casi un minuto. Y entonces uno dijo:
—Esto nos pasa a nosotros… todo el tiempo.
Ahí se rompió algo. Para bien.
Ese es el poder del cine bien usado: pone palabras donde antes había ruido.
Como educador, me fascina entender la producción fílmica como proceso: preproducción, rodaje, postproducción. Nada queda al azar. Todo comunica. La iluminación, el vestuario, el sonido, la música. Todo tiene sentido… o debería tenerlo.
Y ahí conecto con lo que he aprendido del coaching —desde Ken Blanchard hasta Rafael Echeverría—: el liderazgo, como el cine, es una coreografía invisible. Si algo falla, se siente. Aunque no se sepa explicar.
“La coherencia no se grita; se nota”, otra frase mía que nació viendo cine y escuchando personas.
Maracaibo me dio eso. Me dio calor, sí. Pero también me dio mirada. Me enseñó a sentarme con amigos, con colegas, a conversar una película como quien conversa la vida. Sin prisa. Sin conclusiones rápidas. Con café… y a veces con risas.
Y ahora te pregunto, sin retórica barata:
¿Te permites hoy mirar así?
¿O todo tiene que ser rápido, claro, digerido?
Porque educar —y educarnos— también pasa por detenernos. Por ver. Por volver a ver.
“No todo aprendizaje necesita respuesta inmediata; algunos necesitan reposo”.
Antes de cerrar, te dejo estas preguntas, no para que las contestes aquí, sino para que las lleves contigo:
- ¿Qué película te marcó sin saber por qué?
- ¿Qué escena de una película sigue hablándote años después?
- ¿Qué conversación pendiente podrías abrir usando el cine como excusa?
Mi invitación es simple, pero no fácil: vuelve al cine como quien vuelve a casa. No solo para distraerte, sino para aprender. Para mirarte. Para pensar con otros.
Hazlo con amigos. Con tu equipo. Con tus estudiantes.
El cine sigue ahí, esperando que alguien le pregunte algo más profundo que “¿te gustó o no?”.
Y dime…
¿Cuál fue la última película que fuiste a ver? ¿Cuál te gustaría ver?
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