El Arte Urgente de Preguntar

Cuando descubrí que no se trataba de tener respuestas

  • ¿Qué preguntas moldean hoy tu manera de enseñar?
  • ¿Qué preguntas has dejado de hacer por miedo, prisa o costumbre?
  • ¿Qué estás generando en el otro cuando preguntas?

Estábamos en Bogotá, en un salón amplio del Hotel Four Seasons, con paredes de vidrio que dejaban entrar la luz de una mañana limpia. Frente a mí, treinta líderes de una empresa internacional que llevaban meses enfrentando tensiones internas, desgaste emocional y la sensación creciente de estar atrapados en dinámicas que ya no funcionaban.

Habíamos trabajado juntos durante dos días. Escuchado, compartido, desafiado. Pero algo faltaba. Lo sentía en el ambiente: una especie de nudo colectivo que aún no encontraba su palabra.

Caminé hacia el centro del salón, hice una pausa larga, y sin elevar la voz, les dije:

—Antes de cerrar esta jornada, quiero dejarles una pregunta. No es para que me la respondan. Es para que la consideren:

¿Qué parte de esta crisis está reflejando algo que no se han atrevido a decir?

Silencio. Respiraciones contenidas. Miradas que no sabían si sostenerse o evadirse.

Una mujer en la segunda fila alzó la mano. Con firmeza.

—Yo quiero decirlo. Y cuando lo hizo, algo se abrió en todo el grupo. Como si la pregunta hubiera hecho estallar una represa contenida.

Lo que siguió no fue solo una conversación. Fue una catarsis lúcida. Un momento de verdad colectiva que transformó la forma en la cual ese equipo se escuchaba, se miraba y se vinculaba.

Y todo comenzó con una pregunta. Una sola. Precisa. Humana. Necesaria.

¿Cuánto poder estás concediendo —o desperdiciando— cada vez que haces una pregunta? ¿Estás diseñando tus preguntas para controlar… o para liberar? ¿Las usas como puentes… o como trampas?

¿Te ha pasado que una pregunta bien intencionada rompe la conexión en lugar de fortalecerla? ¿Has notado cómo una sola palabra puede cambiar el curso de una conversación educativa? ¿Y te has dado cuenta de cuántas veces preguntamos para convencer y no para comprender?

Desde entonces, he trabajado con más cuidado la manera en la que formulo preguntas. No desde la corrección política, sino desde la responsabilidad emocional y pedagógica. Porque entendí que una pregunta no es neutra. Cada vez que preguntamos, revelamos nuestra intención. Y lo que está en juego no es solo la respuesta… es la relación.

Preguntar no es solo método. Es ética.

Una buena pregunta no busca información, busca transformación. Las preguntas abiertas —esas que comienzan con qué, cómo, cuándo, dónde— invitan a explorar, conectar, repensar. Le dan espacio al otro para habitar su pensamiento, su emoción, su verdad.

En cambio, las preguntas cerradas son útiles… pero limitantes. Sirven para confirmar datos, pero no para abrir posibilidades. Y cuando se usan de forma automática, pueden dar la sensación de que el diálogo es solo una lista de verificación.

Pero es la pregunta “¿por qué?” la que más conflictos me ha traído.

“¿Por qué?” suena a juicio, aunque no lo sea, he dicho muchas veces en mis formaciones. Preguntar “¿por qué?” activa el modo defensivo del otro. Lo pone a justificar, a explicar, a protegerse. Y en lugar de abrir puertas, las cierra.

En aquella sesión con los ejecutivos, si hubiese preguntado:
—¿Qué factores dificultan la delegación en tu equipo?
o
—¿Cómo sería un entorno donde confiar se vuelva más natural?

La conversación habría sido completamente distinta.

¿Qué pasaría si cambias cada “¿por qué?” por un “¿qué te llevó a…?” o un “¿cómo lo viviste?”? ¿Cuánto más podrías escuchar antes de intervenir?

La trampa de los absolutos y la belleza de la excepción

Otra lección que aprendí en el camino: no todo lo que se dice debe creerse literalmente. Frases como “nunca me escuchan”, “siempre pasa lo mismo”, o “todos están en contra”, nos invitan a indagar… no a corregir.

Cuando alguien dice “nunca tengo tiempo para prepararme bien”, pregunto:
—¿Nunca? ¿Ni una vez?

Y muchas veces aparece una excepción. Y esa excepción es una grieta por donde entra la posibilidad.

Porque como digo siempre:
“Donde hay una excepción, hay una esperanza. Y donde hay una buena pregunta, hay una oportunidad de comenzar de nuevo.”

¿Y si enseñamos a preguntar?

En el aprendizaje acelerado, en la facilitación profesional, en la educación transformadora… preguntar es una competencia central. No una herramienta auxiliar.

Pero no se trata solo de hacer “las preguntas correctas”. Se trata de crear un ambiente emocionalmente seguro, donde preguntar no sea un acto de control, sino de apertura. Donde se valore más la búsqueda que la certeza.

Tres preguntas para ti, lector, educador, facilitador, mentor:

  1. ¿Qué preguntas necesitas dejar de hacer porque ya no generan apertura?
  2. ¿Qué pregunta te cambiaría si alguien te la hiciera con amor y sin juicio?
  3. ¿Qué silencio estás dispuesto a sostener después de una buena pregunta?

Mi llamado a la acción

Hoy quiero invitarte a un pequeño acto de valentía: elige una conversación esta semana y cambia tu forma de preguntar. No busques respuestas rápidas. Pregunta para abrir. Pregunta para cuidar. Pregunta para que el otro se escuche a sí mismo.

Porque lo aprendí con experiencia —y a veces con dolor—:
“El éxito de un facilitador no se mide por las respuestas que da, sino por la calidad de las preguntas que deja resonando.”

Haz la prueba. Y verás que el aprendizaje profundo no empieza con una afirmación…
sino con una pregunta.

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