- ¿Cuál fue la última vez que aprendiste algo con profunda alegría?
- ¿Alguna vez te sentiste tan seguro en una clase que te atreviste a arriesgarte sin miedo a fallar?
- ¿Crees que el amor puede jugar un rol decisivo en el aprendizaje de adultos?
Estas preguntas no son meramente retóricas. Surgen de una convicción creciente: el aprendizaje más potente no es el que se impone, sino el que se cultiva desde un vínculo humano profundo. En mi recorrido como formador de conferencistas y facilitadores, he confirmado que el amor —sí, amor, esa palabra temida en ámbitos corporativos— es una herramienta didáctica de primer orden.
El error más común: confundir velocidad con profundidad
Desde que me formé con Georgi Lozanov en Sugestopedia, comprendí que aprender rápido no es lo mismo que aprender bien. Lo que realmente acelera el aprendizaje es la calidad del vínculo entre quien enseña y quien aprende. Como dijo una vez uno de mis estudiantes en Bogotá, Colombia:
“En tu clase no solo aprendí a hablar en público, aprendí a hablarme con respeto a mí mismo.”
¿Puede un entorno amoroso modificar la forma en que recordamos, integramos y usamos el conocimiento? La neurociencia educativa responde que sí. Estudios como los de Brand (1992) y Minewiser (2000) demuestran cómo la coherencia emocional del facilitador genera un campo afectivo capaz de sincronizar ritmos cardíacos, ondas cerebrales y niveles de atención en el aula. Es decir, el amor no es solo una emoción: es un campo de resonancia.
¿Qué quiere decir educar con amor?
No se trata de sentimentalismo ni de paternalismo. Se trata de una intención deliberada de cuidado. Educar con amor es crear espacios donde las personas se sientan vistas, escuchadas y valoradas.
“El amor pedagógico no se improvisa; se construye desde el respeto, la presencia y la coherencia emocional”, suelo decir cuando formo a nuevos facilitadores.
Ese tipo de presencia transforma la experiencia del aula. En una ocasión, facilitando en una fábrica industrial de calzado en León, Guanajuato, México, una persona del área de formación me dijo:
“Adrián, no sé si aprendí más de diseño instruccional o de cómo ser una mejor persona.”
Ese es el impacto del aprendizaje acelerado cuando el amor está presente: transforma, no solo informa.
¿Y si el problema no es la falta de técnicas, sino la falta de afecto?
Vivimos una era de tutoriales y plantillas, pero pocas veces nos detenemos a preguntarnos: ¿Qué estoy comunicando más allá del contenido? La sugerencia de Giorgi Lozanov de que el amor genera “confianza y serenidad” no es menor. Confianza y serenidad son condiciones necesarias para que la mente acceda a sus reservas ocultas. Sin ellas, el aprendizaje queda en la superficie.
“Sin afecto, el conocimiento se convierte en un dato más; con afecto, se convierte en transformación”, sostengo con frecuencia.
Hacia una facilitación más humana
Si queremos facilitadores que transformen, no basta con enseñarles herramientas. Debemos ayudarlos a cultivar una intención amorosa y consciente. Esa es la esencia del aprendizaje acelerado. Esa es la base de cualquier experiencia significativa.
¿Y tú?
- ¿Qué tipo de ambiente emocional estás creando en tus sesiones?
- ¿Te atreves a hablar de amor en tus espacios de aprendizaje?
- ¿Estás dispuesto a ser vulnerable para enseñar desde el corazón?
Llamado a la acción
Formas parte de una comunidad que puede cambiar la manera en que aprendemos en el siglo XXI. Te invito a atreverte: a incluir el amor como parte estructural de tus sesiones, no como adorno. Escríbeme. Conversemos. Construyamos juntos nuevas pedagogías desde la afectividad y la conciencia.
La puerta está entreabierta. Solo falta que la empujes.
Tu voz también importa. ¿Te animas a compartir tu opinión?
Y si te interesa profundizar en el Aprendizaje Acelerado, estaré encantado de conversar: adrian.cottin@pcos-international.com
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