Aprender no es repetir

Es entender lo que hacemos con lo que aprendemos

A veces me siento a observar cómo enseñamos… y no puedo evitar hacerme tres preguntas muy simples:

  • ¿Estamos ayudando a las personas a aprender… o solo a memorizar?
  • ¿Estamos formando criterio… o formando repetición?
  • ¿Y cuánto de lo que enseñamos sirve, realmente, para el mundo que ya cambió?

No lo digo como crítica. Lo digo como alguien que lleva años viendo cómo se aprende de verdad: conversando, equivocándose, explorando, conectando cosas que a primera vista no estaban relacionadas.

Hace poco, después de una sesión, una facilitadora me dijo algo que me quedó dando vueltas:
“Adrián, yo sé que tengo que cambiar… pero no sé cómo se ve ese cambio.”

Eso es más común de lo que pensamos.
No falta intención. Falta claridad.
Y falta permiso. Permiso para probar. Para soltar lo conocido. Para admitir que el aprendizaje no está solo en la clase, sino en todo lo que ocurre antes, durante y después.

Cristóbal Cobo, investigador, profesor y consultor chileno-español reconocido internacionalmente por su trabajo en el campo de la innovación educativa, lo llama “aprendizaje invisible”.
Lo veo todos los días: los saberes que realmente sostienen la vida no son los que entran en el examen. Son los que se activan cuando la vida no coopera.

Y aquí viene mi primera pregunta de verificación:

¿Cuántas veces confundimos recordar con comprender?

Muchísimas.

Porque el sistema nos entrenó para medir memoria, no pensamiento.
Y cuando uno mide lo que no importa… deja de ver lo que sí importa.

La escuela —y lo digo con cariño y respeto— necesita abrir las ventanas.
No para que se escape el aprendizaje, sino para que entre aire.
Para que entren problemas reales, personas distintas, preguntas nuevas.

He visto escuelas donde esto ya pasa: estudiantes que investigan, diseñan, fallan, vuelven a intentar. Docentes que facilitan en vez de controlar. Espacios donde los niños y jóvenes tienen algo que decir y un lugar para decirlo.

He visto también lo contrario: aulas cerradas, recetas, contenidos desconectados del mundo.

Segunda pregunta de verificación:

¿Estamos formando exploradores o estamos formando repetidores?

La respuesta marca una vida entera.

Sobre la tecnología… digo lo mismo:
Tecnología sin pedagogía es un conjunto vacío.

No es que la tecnología sea buena o mala.
Es que no hace magia.

La magia —si existe— está en la relación entre docentes y estudiantes, en la forma de preguntar, en los espacios para pensar, en la autenticidad del diálogo.

John Hattie, influyente investigador educativo y profesor neozelandés lo comprobó: la tecnología potencia cuando activa el pensamiento, la colaboración, la reflexión. Pero por sí sola… nada.
Un cuaderno puede ser más transformador que una tablet. Depende de lo que hagas con él.

Y ahora lo esencial: qué necesitamos enseñar.

No solo conocimientos.
También habilidades, actitudes, valores.

Habilidades para aprender a aprender, para adaptarse, para pensar críticamente, para trabajar con otros, para navegar la incertidumbre.
Actitudes como la curiosidad, la humildad epistemológica, la apertura.
Valores como la empatía, la diversidad, la creatividad, la responsabilidad.

Y sí, la autenticidad. Enseñar desde lo humano.
Eso hace toda la diferencia.

Me gusta decirlo así:

“Educar no es repetir información; es acompañar a otro a verse a sí mismo de otra manera.”

Tres preguntas para quedarte pensando

  • ¿Qué parte de tu forma de enseñar ya no conversa con el mundo real?
  • ¿Qué aprendizajes invisibles estás dejando pasar sin reconocerlos?
  • ¿Y qué pequeño cambio podrías probar mañana para abrir una ventana diferente?

Esta es mi invitación

Empieza.
Con algo pequeño.
Pero empieza.

No esperes al sistema.
No esperes al currículo.
No esperes a que alguien “autorice” el cambio.

Da el paso.
Te prometo que el segundo será más fácil.

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