Aprender la belleza: cuando el alma se detiene a mirar

¿Cuándo fue la última vez que algo te pareció hermoso, sin explicación alguna?
¿Y si la belleza no fuera solo para ser vista, sino para ser aprendida?
¿Te has detenido a pensar qué lugar tiene la belleza en tu manera de educar, de liderar, de vivir?

Yo sí. O al menos estoy aprendiendo a hacerlo.

Fue una noche en Austria, precisamente en mi ciudad preferida en el mundo: Viena. Mi primera vez en esa ciudad —mágica, callada y profundamente musical. Ya en el aeropuerto, algo me pareció distinto. No era solo la arquitectura imperial, ni los palacios como susurros de otro tiempo. Era un ritmo. Una cadencia. Como si todo estuviera dispuesto con la precisión de una partitura.

El Hotel donde me alojé estaba cerca del “Ring”, lo busqué allí para movilizarme mejor, y esa tarde decidí salir a caminar. Recorrí el Belvedere, entré en silencio a la Karlskirche, y luego, sin plan, terminé en la Staatsoper. Había entradas de último minuto para escuchar nada menos que Don Giovanni. Y allí estaba yo, con mi abrigo nuevo de estreno y una guía de  bolsillo.

Cuando empezó la música, no entendí todo lo que pasaba en escena… pero algo en mi interior se detuvo. Era como si una parte de mí que nunca había tenido nombre comenzara a despertar. Lloré sin motivo claro. Y entendí, sin necesidad de análisis, que estaba aprendiendo belleza. No como teoría. Como vivencia.

La belleza no se enseña. Se revela. Y cuando aparece, ya no volvemos a mirar igual.”

Volví de ese viaje con una decisión: incorporar lo bello en mis procesos de aprendizaje, no como decoración, sino como eje.

Desde entonces, cada taller, cada conferencia, cada experiencia que diseño, parte de una pregunta esencial:

¿Dónde está lo bello aquí?

No lo estético, no lo simétrico. Lo verdaderamente bello: lo que conmueve, lo que despierta sentido, lo que honra la presencia del otro.

He usado la proporción áurea para estructurar sesiones; he elegido música compuesta con base en la serie de Fibonacci; he diseñado pausas como silencios con alma. ¿Por qué? Porque cuando el ritmo del aprendizaje se alinea con el ritmo del corazón, algo cambia.

Un participante conmovido aprende más que cien convencidos.”

Ahora dime tú:
¿Te das permiso para hacer del aprendizaje una experiencia estética?
¿O lo reduces a información útil y rápida, como si enseñar fuera solo transferir datos?

No exagero cuando digo que la belleza también se educa. Una metáfora bien dicha. Una imagen con alma. Un poema leído en voz baja. Un gesto de cuidado. Una pausa bien situada. Todo eso enseña, porque revela algo más profundo que los contenidos: revela humanidad.

Y en tiempos donde todo es urgente, lo bello se vuelve resistencia. Un acto político. Un recordatorio de que no somos máquinas. Somos cuerpo, alma, deseo, memoria.

Antes de cerrar, te dejo tres preguntas para ti, lector, formador, curioso o buscador:

  1. ¿Dónde está la belleza en lo que haces?
  2. ¿Cómo puedes convertir tu próxima clase, charla o reunión en un acto estético?
  3. ¿Estás dispuesto a dejarte tocar por la belleza, aunque eso te desordene?

Te invito a compartir tu historia.
¿Has aprendido belleza alguna vez sin que nadie te la explicara? Escríbemela. O mejor aún, inclúyela en tu próxima sesión.
Porque si algo necesita este mundo, no son más discursos.
Es más belleza revelada.

Con asombro y gratitud,

Me encantará leer tu opinión. Déjame tu comentario aquí mismo.

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